China ha consolidado su presencia en América Latina con la inauguración del puerto de Chancay en Perú, una obra de ingeniería financiada con USD 3.600 millones por bancos chinos. Este megaproyecto, situado a 80 kilómetros de Lima, promete transformar la logística regional, pero también genera inquietudes sobre las implicaciones geopolíticas y ambientales de esta inversión.
El puerto, inaugurado virtualmente por el presidente chino Xi Jinping junto a la mandataria peruana Dina Boluarte, fue presentado como un avance estratégico para el comercio internacional. Sin embargo, la exclusividad otorgada a la estatal china Cosco Ocean Shipping Company (COSCO) para operar los servicios esenciales ha despertado críticas y temores de monopolización, además de preocupaciones por su potencial uso militar.
La construcción del puerto implicó la demolición de cerros y la perforación de un túnel bajo zonas pobladas, lo que provocó grietas en viviendas y desplazamientos de familias. Este sacrificio ambiental y social no impidió que el proyecto avanzara, con la promesa de convertir a Chancay en un punto clave para recibir los mayores buques portacontenedores del mundo y, potencialmente, embarcaciones militares.
COSCO, controlada por el Partido Comunista de China, tendrá un monopolio sobre servicios clave como el transporte de carga y las operaciones técnicas. Aunque la Autoridad Portuaria Nacional intentó declarar nula esta exclusividad por violar la legislación peruana, el Congreso modificó rápidamente las leyes para validar el acuerdo, reforzando las críticas sobre la influencia china en el país.
La capacidad del puerto para albergar buques de guerra ha generado sospechas de que podría convertirse en una base naval china. La general Laura Richardson, del Comando Sur de Estados Unidos, expresó su preocupación sobre las implicaciones de doble uso de instalaciones como Chancay, señalando que podrían facilitar el acceso estratégico del Ejército Popular de Liberación (EPL) en la región.
Richardson destacó que China suele presentar estas inversiones como proyectos pacíficos, pero en realidad buscan consolidar su influencia militar y económica. Ejemplos similares, como el puerto de Hambantota en Sri Lanka, respaldan estas preocupaciones. En Hambantota, un buque chino presentado como "científico" mostró capacidades avanzadas de seguimiento espacial y vigilancia, lo que alarmó a India y otras potencias occidentales.
El caso de Chancay refleja el patrón de las inversiones chinas en infraestructura en países en desarrollo, donde las obras no solo buscan beneficios económicos, sino también una ventaja estratégica. A pesar de las promesas de progreso, el puerto parece responder más a los intereses de Pekín que a los del Perú.
Con el tiempo, el puerto de Chancay podría convertirse en un punto de control estratégico en el Pacífico. La pregunta ahora es si las autoridades peruanas podrán equilibrar los beneficios económicos con los riesgos de ceder parte de su soberanía.
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