El incidente en Melones, que ocurrió hace pocos días, ha dejado una herida abierta en los familiares de las víctimas y en la comunidad afectada. Sin embargo, la respuesta del mandatario cubano ha sido fría y tardía. Apenas se dignó a emitir una escueta nota de condolencias a las familias de los desaparecidos, y esto sólo después de que transcurrieran más de 24 horas desde el trágico suceso. En contraste, su reacción frente a eventos internacionales ha sido notablemente más rápida: no dudó en enviar de inmediato sus condolencias al dictador chino Xi Jinping por el terremoto ocurrido en la región del Tíbet y hoy está en Venezuela para asistir a la toma de posesión del dictador Nicolás Maduro
El viaje a Venezuela expone las prioridades de un régimen que, lejos de centrarse en resolver los problemas internos del país, sigue obsesionado con mantener alianzas internacionales cuestionables. Mientras Díaz-Canel se codea con otros dictadores, el pueblo cubano sufre las consecuencias de un sistema en decadencia que ha fallado en garantizar lo más básico: seguridad, alimentación y atención ante emergencias.
La ausencia de Díaz-Canel en Holguín no es sólo una muestra de insensibilidad, sino también un acto de irresponsabilidad y desprecio hacia las prioridades de su propio país. Las familias afectadas por las explosiones en Melones merecían el apoyo y la presencia de su máximo líder en un momento de crisis, no un mensaje frío y distante. Este tipo de conductas no hace más que evidenciar el alejamiento de Díaz-Canel respecto a las necesidades reales de los cubanos, quienes enfrentan día a día una vida marcada por la escasez, la represión y la desatención gubernamental.
Cuba necesita un cambio urgente, uno que ponga en primer lugar a su gente y no a los intereses de una élite desconectada de la realidad.
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