Cada día, millones de cubanos enfrentan una realidad que no refleja ningún informe oficial. Los salarios, incluso los más altos dentro del sistema estatal, oscilan entre 15 y 31 dólares mensuales, mientras los costos de alimentos, transporte, medicinas y servicios básicos exigen decenas de veces más para cubrir lo esencial.
Esta desconexión entre ingresos y gastos condena a gran parte de la población a la precariedad constante y obliga a depender de remesas, ventas informales o actividades al margen de la economía formal para sobrevivir.
Nombrar esta situación con claridad no es solo necesario, sino un acto ético urgente. Según el Banco Mundial, el umbral de pobreza extrema en 2025 se sitúa en 3 USD diarios (aproximadamente 90 USD mensuales en Paridad de Poder Adquisitivo). En Cuba, el salario promedio apenas alcanza el 18 % de esa cifra, dejando a trabajadores, médicos, maestros y obreros sin recursos suficientes para cubrir siquiera lo más básico. Esto no es una casualidad ni un problema aislado; es el resultado de políticas que priorizan la administración y el control sobre el bienestar humano.
La vida cotidiana lo evidencia. Juan Pablo, 70 años, fue segundo maquinista del tren Habana-Camagüey y, tras 25 años de servicio, quedó sin empleo. Su pensión es de apenas 3 mil 25 CUP, lo que lo obliga a recoger comida para sus gallinas y latas para vender, mientras sobrevive con lo que alcanza a conseguir.
Yuri Sotolongo de 56 años y profesor de Física, abandonó la enseñanza hace cuatro años tras un incidente con un estudiante. Desde entonces, lucha por mantenerse junto a su madre, que falleció este año debido a enfermedades derivadas de la falta de atención sanitaria.
Son solo dos ejemplos que muestran que no se trata de cifras abstractas: detrás de cada número hay personas que batallan diariamente por cubrir sus necesidades más básicas. Mientras el sistema no ajuste sus políticas y reconozca el verdadero costo de la vida, hablar de recuperación económica o estabilidad financiera se convierte en una ilusión distante. La desigualdad y la pobreza extrema se perpetúan, y la supervivencia diaria se transforma en la prioridad de quienes deberían poder vivir con dignidad.
La verdadera recuperación de un país no se mide en informes maquillados, sino en la capacidad de sus ciudadanos de acceder a una vida mínima decente. Hasta que no se reconozca esto, historias como las de Juan Pablo y Yuri seguirán repitiéndose, recordándonos que el salario, por sí solo, no basta para vivir.
Fuente: Lara Crofs
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