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Escritora revive el despojo, el exilio y la memoria de los Vuelos de la Libertad

Redacción de CubitaNOW ~ lunes 15 de diciembre de 2025

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“Nos echaron de la casa y sellaron la puerta”. Ana Hebra Flaster no olvidó esa imagen, aunque apenas tenía cinco años. Un guardia llegó sin previo aviso, entregó las visas de salida y obligó a la familia a abandonar su hogar. Antes de irse, dejó en la puerta un cartel que sentenciaba el despojo: “Propiedad de la Revolución”. Años después, esa frase terminaría convertida en el título de sus memorias.

Hoy, radicada en New Hampshire, la escritora volvió sobre esa historia al evocarse seis décadas del comienzo de los llamados Vuelos de la Libertad, el puente aéreo que permitió a cientos de miles de cubanos salir del país entre 1965 y 1973, tras negociaciones con el régimen de Fidel Castro.

Hebra Flaster cuenta que sus padres, ambos trabajadores y maestros, apoyaron inicialmente la Revolución. Su madre incluso se involucró en tareas de apoyo a los rebeldes, reuniendo dinero y medicinas con riesgo personal. Pero la promesa de restauración democrática nunca se materializó. En su lugar, dice, se impusieron la represión, las ejecuciones y el control absoluto sobre la vida cotidiana.

Cuando la familia solicitó las visas, comenzó un periodo que ella describe como un calvario. Durante tres años fueron expulsados de sus empleos, hostigados y etiquetados como “enemigos de la Revolución”. La casa fue vandalizada y vivieron bajo la tensión permanente de los arrestos. “Eras completamente vulnerable”, recuerda la autora al describir ese clima de indefensión.

La salida llegó de golpe, sin despedidas ni margen para prepararse. Solo pudieron cargar una maleta por persona, con un cambio de ropa. Dejaron atrás a parientes, recuerdos y todo lo construido. Como tantos otros, fueron estigmatizados como “gusanos”, el término que el poder usó durante años para deshumanizar a quienes se iban.

Ya en Estados Unidos, la primera escena que Ana conserva no está asociada a la comodidad, sino a un gesto mínimo de humanidad. En Miami, su madre intentó llamar a un familiar desde un teléfono público, pero no tenía dinero. Se apoyó en el aparato y rompió a llorar. Un desconocido se acercó, le entregó una moneda y se marchó sin decir nada. “Ese fue nuestro primer acto de bondad en este país”, relata.

La escritora reconoce que su historia estuvo atravesada por lo que llama una “increíble suerte”. No todos en su familia tuvieron el mismo destino. Evoca, por ejemplo, a un primo que llegó durante el éxodo del Mariel y cargó con el estigma y el rechazo de esa etapa, y a otro que terminó en Guantánamo tras la Crisis de los Balseros de 1994, regresando a Cuba con la marca de haber intentado escapar.

En su reflexión, Hebra Flaster también mira al presente con preocupación. Señala que muchos de los cubanos que alguna vez se beneficiaron de políticas de refugio hoy temen la deportación de familiares que llegaron legalmente en tiempos más recientes. Para ella, la historia deja una lección clara: el trato a los migrantes no depende únicamente de lo que ocurre en sus países de origen, sino del clima político y los intereses del momento.

“Los días de enviar aviones para rescatar a quienes huían de regímenes totalitarios quedaron atrás”, lamenta. Aun así, reivindica la tradición estadounidense de asilo y recuerda el espíritu de aquella época, cuando desde la Casa Blanca se hablaba de dar refugio a los cubanos que huían de una dictadura.

Desde la perspectiva de aquella niña expulsada de su casa y convertida después en escritora, Ana Hebra Flaster cierra con una idea que aún acompaña a miles de cubanos dentro y fuera de la Isla: la esperanza de que, pese a todo, la historia vuelva a inclinarse del lado de quienes solo buscan vivir en libertad.


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