A lo largo de seis largas y tortuosas décadas de la llamada revolución cubana, la historia recoge momentos de alfabetización, rectificación de errores, reforma agraria, liberación, etc,etc, etc...¡Ah! pues ahora toca el turno a las mipymes, para muchos una solución, para otros una diferenciación marcada de clases sociales.
En Cuba, mientras hay mucha gente que pasa hambre, encuentras en esos centros alimentos que hasta hace unos años nadie conocía como sirope de chocolate de la marca Hersey’s, salsa de tomate Hunts, frijoles negros Goya, sazón completo Badía, aceite de spray Pam, galleticas María, paquetes de Doritos, sorbetos Ranchero o latas de chícharos, maíz y vegetales mixtos de la línea Country Barn.
Así luce el catálogo de Mercatoria, una compañía de distribución minorista y mayorista de productos de aseo, limpieza, alimentos y bebidas, que tiene sus almacenes en Luyanó, en La Habana y sus oficinas en el céntrico barrio del Vedado. Quienes viven en Cuba y no tienen dinero o viven de su salario probablemente no lo sepan, como tampoco sabrán que hay un sitio que ofrece toallitas húmedas Wet Ones, protector solar Banana Boat, jabón líquido Palmolive y estuches de cepillos de dientes Colgate. Y no, no se trata de otro país, no llegó el capitalismo ni lo invadió Estados Unidos.
Aldo Álvarez, el dueño de Mercatoria, parece un tipo con carisma, se mueve con gracilidad. Lleva la barba ordenada, los lentes negros y tiene las maneras y los gestos de un negociante. Es abogado y ofreció por varios años servicios a empresas extranjeras que operaban en el mercado cubano. Así aprendió del mundo de la importación, el comercio y los contratos. Se fue a vivir a España hace tiempo y regresó a Cuba en 2018. Tres años después, cuando el desgobierno de Miguel Díaz-Canel anunció la inclusión de “nuevos actores” en la economía cubana, y por consiguiente la apertura de las micro, pequeñas y medianas empresas privadas conocidas como mipymes, Álvarez se convirtió en empresario.
“Yo vi una oportunidad en algo que sabía hacer, en lo que tenía experiencia y podía desarrollar”, asegura. Mercatoria comenzó con un proyecto de cinco personas que distribuían a domicilio productos para restaurantes o cafeterías. En los inicios, importaban principalmente desde España o México: “estamos hablando en el medio de la covid, donde encontrar productos era difícil, donde los negocios estaban vueltos locos buscando suministros, había mucho desabastecimiento”. Ahí identificó la oportunidad de negocio para cubrir las necesidades de los cubanos con poder adquisitivo en aquel momento.
En Mercatoria compran los que pueden. Según Álvarez, tiene clientes de todo tipo: “hay quien aún se alimenta con la libreta de abastecimiento y rellena su dieta con una compra específica. Hay quienes reciben ingresos o trabajan en el sector privado y van a la tienda privada del barrio”.
Desde su apertura, el catálogo de Mercatoria ha crecido y han aumentado sus clientes. Sus microbuses distribuyen insumos a cafeterías, puntos de venta, tiendas o centros de elaboración en toda La Habana. Ya hicieron, incluso, su propia cafetería, su propio centro de elaboración, una panadería y están acabando una pequeña industria de pastas.
Si le preguntas a Álvarez si no le ha pasado por la cabeza que mañana el gobierno cubano le quite su negocio, desaparezca Mercatoria y que de la noche al día deje de ser empresario, dirá que el escenario obviamente “genera mucha incertidumbre”. No sería algo extraño. En años anteriores, en medio de otras crisis, el gobierno acudió a los trabajadores por cuenta propia, a los emprendedores, a los negociantes para que se encargaran de lo que el Estado no podía. Luego, al mínimo respiro económico, despojó a no pocos de sus licencias. A inicios del Periodo Especial de los 90, Fidel Castro, cerrado desde principios de la Revolución a cualquier cosa que se asemejara a la propiedad privada, tuvo que autorizar la apertura de paladares y algunos negocios ante el impacto que constituyó la pérdida de la ayuda soviética. La familia cubana vendió comida en las salas de sus casas, bajo incontables restricciones.
Raúl Castro, durante su mandato, volvió a abrir espacio al cuentapropismo. Unos años después, a pesar del dinamismo que este sector inyectó a la economía, volvieron a restringir las licencias. En 2021, a solo un mes de las protestas del 11 de julio en la que los cubanos tomaron las calles hastiados de la crisis económica y la falta de libertades, Díaz-Canel anunció la apertura de mipymes acompañada de un listado de restricciones, prohibiciones y regulaciones, dejando claro que el principal actor de la economía cubana era la empresa estatal socialista. ¿Ante este panorama, por qué ahora alguien querría apostar por abrir un negocio en Cuba?
Álvarez reconoce que los emprendedores cubanos son “emprendedores extremos”, que hacen lo que pueden con lo que tienen. Pero él quiere permanecer en Cuba. Cree que hay nuevas oportunidades que, pese a las idas y venidas, el sector privado cubano ha ganado en los últimos 14 años. “Todavía estamos muy atados, pero aún así hay oportunidades a desarrollar en lo que es tu país y hay personas que lo están haciendo, apostando por poder participar de manera económica. Tienes que tener ganas de echarla en Cuba”, dice. “Ahora estamos en un momento de cierto reajuste, pero puede el sector privado perder parte de lo que ha ganado en estos tres años? Puede ser. La pregunta que yo me hago siempre es: ¿esto tiene marcha atrás? ¿Y hasta dónde?”, concluye Aldo Álvarez, el dueño de Mercatoria.
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