En el marco de un ejercicio nacional de prevención y enfrentamiento al delito, la corrupción y las indisciplinas sociales, las autoridades cubanas han intensificado los llamados "juicios ejemplarizantes". Estos procesos, desarrollados recientemente en los municipios de III Frente y Palma Soriano, en Santiago de Cuba y en otros municipios del país, buscan combatir fenómenos que, según el gobierno, afectan la seguridad y el orden social. Sin embargo, detrás de estas acciones se esconde una preocupante politización de la justicia y el uso del sistema judicial como herramienta para infundir miedo en la población.
Los juicios se llevaron a cabo en la Sala Primera del Tribunal Provincial Popular de Santiago de Cuba y abordaron delitos graves como robo con violencia en grado de tentativa, portación y tenencia de arma blanca, atentado y asesinato. Las condenas dictadas oscilaron entre 5 y 20 años de privación de libertad, supuestamente con "estricto apego a la ley". Además, se incluyó la participación de sancionados que cumplen penas en libertad, lo que buscaba reforzar el carácter disuasivo de estos actos públicos.
Sin embargo, la práctica de los juicios ejemplarizantes no es nueva en Cuba. Históricamente, ha sido utilizada como un mecanismo para establecer control social y enviar un mensaje claro: cualquier conducta que el gobierno considere indeseable será castigada de manera severa y visible. Este enfoque, lejos de impartir justicia, convierte al sistema judicial en un escenario de propaganda política, donde se busca implantar el miedo y disciplinar a la ciudadanía.
La justicia no debería ser una herramienta temporal ni una campaña coyuntural. Combatir el delito y la corrupción requiere de esfuerzos sostenidos y de un sistema judicial que actúe de manera imparcial y transparente, garantizando el debido proceso y el respeto a los derechos humanos. En cambio, los juicios ejemplarizantes en Cuba refuerzan una narrativa de control estatal y desvían la atención de las causas estructurales que generan los problemas que pretenden solucionar.
El uso de procesos judiciales como espectáculos públicos erosiona la confianza en el sistema judicial y plantea serias dudas sobre su independencia. En lugar de promover una cultura de justicia y legalidad, se fomenta un clima de miedo y desconfianza, donde el castigo se convierte en un espectáculo mediático y no en una verdadera respuesta a las problemáticas sociales.
Además, este tipo de medidas tienden a ser selectivas y arbitrarias. ¿Cuántos casos de corrupción e ilegalidades dentro de las propias estructuras estatales no reciben el mismo tratamiento? ¿Qué ocurre con los responsables de los grandes desfalcos que afectan al país? El énfasis en castigar a ciudadanos comunes, mientras las élites permanecen intocables, refuerza la percepción de una justicia desigual y al servicio del poder.
Si Cuba aspira a construir una sociedad más justa y equitativa, debe abandonar estas prácticas intimidatorias y apostar por un sistema judicial que actúe de manera permanente, independiente y profesional. La justicia no puede ser una campaña ni un recurso político. Debe ser un pilar fundamental de la sociedad, orientado a resolver conflictos y proteger los derechos de todos los ciudadanos, sin importar su condición social o política.
Los juicios ejemplarizantes no son justicia. Son un reflejo de un sistema que utiliza el miedo como herramienta de control, alejándose de los principios básicos que deberían guiar cualquier sistema judicial digno de ese nombre.
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