El presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel, ha emitido recientemente un mensaje en el que aboga por la preservación de la soberanía y la independencia de Siria tras el derrocamiento del régimen de Bashar al-Ásad. Este pronunciamiento, cargado de ironía y contradicción, refleja la incongruencia moral de un líder que históricamente ha respaldado dictaduras represivas mientras predica principios de soberanía y autodeterminación.
Díaz-Canel declaró en la red social X (anteriormente Twitter) su preocupación por los acontecimientos recientes en Siria, llamando a respetar la seguridad de las misiones diplomáticas en Damasco. Sin embargo, su discurso ignora convenientemente los crímenes atroces del régimen de Al-Ásad, que durante más de una década gobernó con mano de hierro, asesinando, desplazando y aterrorizando a millones de sirios.
Bashar al-Ásad, que llegó al poder en el año 2000, es responsable de innumerables crímenes contra su pueblo. Desde el inicio de la revuelta prodemocrática en 2011, reprimió brutalmente las manifestaciones populares con arrestos masivos, torturas, bombardeos indiscriminados y ataques químicos que cobraron la vida de más de 200 personas en un solo incidente, incluyendo niños. Su régimen convirtió a Siria en el escenario de una de las guerras civiles más sangrientas del siglo XXI, dejando un saldo de casi medio millón de muertos y obligando a la mitad de la población a abandonar el país.
En medio de este oscuro panorama, el gobierno cubano, liderado por Díaz-Canel, mantuvo su respaldo incondicional a Al-Ásad. La Habana justificó sus acciones como parte de la lucha contra el "imperialismo", mientras ignoraba las demandas legítimas del pueblo sirio por democracia y derechos humanos. Ahora, cuando los rebeldes sirios proclaman el fin del régimen de Al-Ásad, Díaz-Canel aparece como defensor de la soberanía siria, un acto que parece más un intento de redimir su propio historial de apoyo a regímenes opresivos que una verdadera preocupación por el bienestar de Siria.
Este doble rasero no es nuevo en la política cubana. Mientras Díaz-Canel condena las injerencias externas en países como Siria o Venezuela, en casa su gobierno reprime con fuerza cualquier forma de disidencia, como quedó evidenciado durante las protestas del 11 de julio de 2021. La falta de coherencia entre su retórica internacional y sus acciones internas pone en entredicho la legitimidad moral de su postura.
El reciente derrocamiento de Al-Ásad marca el fin de un régimen que trajo sufrimiento y destrucción a millones de sirios. La declaración de los rebeldes, celebrando "el inicio de una nueva era para Siria", contrasta fuertemente con el discurso de Díaz-Canel, que parece más preocupado por preservar la narrativa de resistencia antiimperialista que por reconocer los crímenes de un dictador que apoyó durante años.
El mensaje de Díaz-Canel no solo es una muestra de hipocresía política, sino también un recordatorio de cómo los regímenes autoritarios se apoyan mutuamente para justificar su permanencia en el poder. La historia de Siria bajo el régimen de Al-Ásad debería servir como advertencia para quienes aún justifican el autoritarismo en nombre de ideales supuestamente superiores.
En un mundo que clama por justicia y derechos humanos, Díaz-Canel queda una vez más expuesto como un líder que prioriza la defensa de regímenes represivos sobre las aspiraciones legítimas de los pueblos.
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