Lisdany y Lidianis son dos jóvenes hermanas cubanas arrestadas por el régimen tras manifestarse, de manera pacífica, el pasado 11 de julio, fecha que marcó el inicio del estallido social en Cuba.
Su madre, Bárbara Isac, conversó con la prensa independiente y reveló detalles de lo que ha vivido después de que sus hijas fueron detenidas y enviadas a la prisión.
Ella, recuerda, también se manifestó, gritó “Patria y Vida” y “Díaz-Canel singao”, sin embargo, ella no fue esposada como sus hijas, para quien el régimen ahora pide 10 años de privación de liberta.
Su relato íntegro a continuación:
Uno de los momentos más duros de mi vida fue el 12 de octubre de 1998 cuando de las 4 niñas que tenía en la barriga sólo tres nacieron vivas. Los otros dos momentos han sido después del 11 de julio cuando detuvieron a dos de mis trillizas y el delegado las mandó a esposar frente a mí como si fueran criminales. Eso nunca lo olvidaré. Sin embargo, el peor de todos fue el día que las trasladaron a prisión y no me dejaron verlas.
A partir de ahí cada día es peor, y yo sin poder hacer nada. Mis hijas me han llamado dos veces de la cárcel para pedir antibióticos porque tienen unas picadas muy infectadas y allí no les dan nada. Y yo afuera tampoco tengo. Una madre no puede dormir con eso.
El 11 de julio yo estaba en la calle con Lisdany y Lidiani cuando vimos la manifestación y nos sumamos a gritar “Patria y Vida”, a pedir medicinas y alimentos y sí, también dijimos Díaz-Canel singao. Yo no tengo nada que agradecerle, al contrario.
Hace unos meses, por ejemplo, fui a asistencia social a ver si me podían dar una ayuda económica porque tengo un prolapso en la válvula del ventrículo izquierdo y no puedo trabajar en el campo como antes. A veces no tengo ni para sacar los mandados, y la respuesta oficial fue: que tus hijos te lo paguen. Por eso el 11 de julio fui a exigir mis derechos, caminamos por Placetas pacíficamente, pasamos por el Partido. Ahí no se tiró ni una piedra.
Tres días después tocaron la puerta de la casa a las dos de la madrugada. Eran un policía y dos agentes de la Seguridad, vestidos de civil, para llevarse a mis hijas. Ellas se negaron a ir con tres hombres a esa hora porque no se sentían seguras. Al otro día fueron conmigo y las dejaron detenidas.
El jefe de la policía las acusa de desacato, atentado, vandalismo, propagación de epidemia y desorden público. Ellas son auxiliares pedagógicas, nunca habían tenido problema con la policía. El 18 las mandaron para la Cárcel de Mujeres de Guamajal. No he visto más a mis hijas, y eso me provoca un dolor muy grande; pero lo peor es que tengo una nietecita de tres años y medio que me pregunta todo el tiempo cuando llega su mamá.
Yo le he dicho que está trabajando en una galletería para traerle cositas, que regresa pronto. Cuando la veo triste voy y le compro un refresco o un dulce y le digo que su mamá se lo manda, pero ella ya no mira ni eso. La extraña mucho y me repite que quiere dormir con su mamá.
No sé qué hacer para calmarla, hasta le pedí a una amiga que llamara haciéndose pasar por Lidiani, pero Nazli es muy inteligente y me dijo: “abuelita mi mamá no habla así”.
Yo me pongo a ver los muñequitos con ella y de pronto me dan unas ganas de llorar. No puedo pensar que nos quedemos solas. He vendido cosas de la casa, ropa mía. He llegado a vender parte de los mandados para con ese dinero pagar los míos y la corriente.
Desde el 18, que se las llevaron, mi rutina es levantarme pensando qué le podré llevar a mis hijas a la prisión, que inventaré, qué puedo vender para llenar la jaba. Gracias a Dios, al papá de Nazli y a la gente buena que me ha ayudado, en estas semanas hemos tenido qué comer.
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