La victoria electoral de José Antonio Kast en Chile marca no solo un cambio de signo político en La Moneda, sino también un giro discursivo contundente en la relación de ese país con las dictaduras de izquierda en América Latina, en particular con Cuba. A lo largo de su carrera política, y especialmente durante sus campañas presidenciales, Kast ha sido uno de los líderes latinoamericanos más explícitos en su condena al régimen cubano y a lo que define como el “fracaso estructural del comunismo”.
Una de las imágenes más recordadas de su trayectoria ocurrió durante un debate presidencial, cuando Kast alzó una bandera cubana y afirmó: “En algún minuto se hará la libertad para cada uno de ustedes”. El gesto, dirigido directamente al pueblo cubano, tuvo una carga simbólica clara: reconocimiento del sufrimiento bajo la dictadura y respaldo a la aspiración de libertad negada durante más de seis décadas.
Kast ha sido consistente en su diagnóstico. En varias ocasiones ha sostenido que “los comunistas destruyen los países y adoran dictaduras como las de Venezuela, Cuba y Nicaragua”, regímenes que —según ha subrayado— han traído “violencia y miseria a millones de personas”. En el caso cubano, su crítica apunta tanto a la represión política sistemática como al colapso económico que ha empujado a millones de ciudadanos al exilio, la pobreza extrema y la dependencia de remesas.
Para el ahora presidente electo, Cuba no es solo un caso aislado, sino el símbolo de un modelo agotado. Kast ha advertido que estas dictaduras “siguen destruyendo países, extienden su violencia y su nefasta ideología”, y representan “un peligro para el progreso, el orden y la libertad” en toda la región. Desde esa perspectiva, ha insistido en que Chile no puede ni debe transitar “la ruta de Venezuela o Cuba”, una frase que ha repetido como línea divisoria frente a la izquierda latinoamericana.
En su visión internacional, Kast propone un quiebre más profundo con la complacencia regional hacia La Habana. Ha planteado la necesidad de “priorizar la democracia y terminar con las dictaduras en Cuba y Venezuela”, incluso impulsando alianzas entre gobiernos democráticos. En ese sentido, ha hablado de conformar “una gran coalición con Argentina, Brasil, Ecuador, Chile” para enfrentar lo que denomina “el flagelo del comunismo” en el continente.
Asimismo, ha cuestionado abiertamente la presencia y legitimidad internacional del régimen cubano en foros multilaterales, señalando que se trata de países que “violan constantemente los derechos humanos” y que, por tanto, “no nos parece que tengan algo que decir” en instancias donde se discuten valores democráticos.
Con Kast en la presidencia, Cuba vuelve a ocupar un lugar central en el debate político latinoamericano, esta vez desde una voz que no disimula ni matiza su condena. Para el régimen de La Habana, su llegada al poder en Chile representa una señal incómoda; para la oposición cubana y el exilio, una declaración política clara: el silencio diplomático ya no es la única opción.
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