El éxodo masivo de médicos cubanos en los últimos años ha provocado una de las crisis sanitarias más severas en la historia reciente de la Isla. De acuerdo con datos oficiales de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI), entre 2021 y 2024 el país perdió 30,767 médicos, una cifra devastadora para una nación que durante décadas se enorgulleció de tener uno de los mayores índices de personal sanitario por habitante.
En 2021, Cuba alcanzó un récord de 106,131 médicos, pero esa cifra se derrumbó hasta 75,364 en 2024, reflejando la velocidad del deterioro del sistema. Tan solo en el último año se registraron 5,399 médicos menos que en 2023, evidencia de que el éxodo continúa y no da señales de detenerse.
Este desplome ocurre en medio de una crisis sanitaria marcada por la escasez crónica de medicamentos, hospitales en ruinas, equipos rotos, déficit de insumos esenciales y una población que enfrenta largas esperas para recibir atención primaria. En barrios enteros ya no hay médicos de familia, mientras que en hospitales se reportan servicios cerrados por falta de especialistas.
El éxodo no solo afecta la cantidad, sino también la calidad: muchos de los profesionales que se marchan son especialistas altamente capacitados, imprescindibles para áreas como pediatría, ginecología, terapia intensiva, anestesiología y cirugía.
La salida de estos expertos deja vacíos irremplazables y obliga a otras áreas del sistema a funcionar con médicos recién graduados o personal sin la experiencia necesaria para enfrentar situaciones críticas.
Las causas de esta migración masiva son conocidas por todos: bajos salarios, jornadas extenuantes, falta de condiciones mínimas para ejercer, inexistencia de recursos, la imposibilidad de progresar profesionalmente y la desesperanza generalizada.
A ello se suma la presión política dentro de las misiones médicas, donde muchos profesionales aprovechan su estancia en el extranjero para no regresar, escapando de contratos restrictivos.
Este fenómeno tiene consecuencias directas en la vida del ciudadano común. Enfermedades que antes eran controladas se complican, aumentan las muertes evitables y los diagnósticos tardíos, y se profundiza el sentimiento de abandono en una población que, en medio de una crisis económica, también enfrenta una crisis humanitaria silenciosa: la del sistema de salud que alguna vez fue símbolo del país.
Cuba pierde médicos, pero sobre todo pierde vidas. Y ese es el costo más alto del éxodo.
Fuente: Plácido Ferreiro Romero
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