Un reportaje del periodista chileno Patricio Fernández retrata en la edición dominical de El País una isla devastada por la crisis, donde florece una burguesía de mipymes, crece la desigualdad y se desvanece el mito revolucionario:
Siete años después de mi última visita, volví a Cuba y encontré una nación sumida en el abandono, la desesperanza y la ruina. La Revolución, que alguna vez despertó pasiones, ya no inspira a nadie. El Gobierno de Miguel Díaz-Canel carece de credibilidad y la población, atrapada en la pobreza y el estancamiento, ha dejado de creer.
La Habana luce vacía. Entre 2022 y 2023, la población cayó en un 18%. Muchos locales están cerrados, los turistas desaparecieron, los vendedores ambulantes ofrecen antigüedades inútiles y libros desfasados. Mendigos y ancianos piden comida o dinero, mientras edificios en ruinas se desmoronan en silencio. La basura se acumula durante semanas y los apagones son parte del paisaje diario.
Una nube de madera instalada por un artista alemán en la Plaza Vieja recoge mensajes desesperanzados: “Me quiero ir para el Yuma”, “Abajo la dictadura”, “De qué revolución me hablan”. Son frases que resumen el sentir colectivo. En las calles de Centro Habana, la miseria se ha vuelto visible: personas escarbando en basureros, otros vendiendo clavos oxidados o ropa usada. Es un comercio de sobras.
La seguridad, uno de los últimos baluartes del régimen, también se ha deteriorado. “No hables por celular en la calle”, me advirtieron varias veces. Nuevas drogas como “El Químico” circulan en barrios populares, causando efectos devastadores por apenas un dólar. El escritor Pedro Juan Gutiérrez cuenta que reforzó las puertas de su casa por temor a robos. El país se descompone en silencio.
Al mismo tiempo, una pequeña élite vinculada a las mipymes privadas ha emergido. Son quienes dominan el comercio dolarizado, viajan, comen en restaurantes de lujo y viven en una burbuja distante del resto. Contrasta con la mayoría que sobrevive con lo poco que encuentra en los mercados. En esas tiendas del Estado, los productos escasean, pero los precios están en divisas. El acceso a dólares es desigual: se compran en el mercado negro a casi el triple del valor oficial.
A pesar del colapso, se siguen construyendo hoteles lujosos, como el Gran Muthu o el de 42 pisos en la calle 23, proyectos que muchos atribuyen a negocios oscuros del aparato estatal. Sin prensa libre, los rumores suplen la información: funcionarios corruptos, figuras como “El Cangrejo” manejando permisos y privilegios. En la calle, se habla bajo y se desconfía.
La situación económica es insostenible. El país no produce, y las sanciones de EE. UU. bajo la administración de Donald Trump han profundizado la crisis: restricciones a remesas, suspensión del parole humanitario y la reunificación familiar, sanciones al sector biotecnológico y ahora, incluso, la prohibición de Airbnb. Mientras tanto, los cubanos se marchan en masa o migran a La Habana desde el oriente del país, buscando sobrevivir.
Los jóvenes escasean. La belleza y la energía que alguna vez definieron a la juventud cubana parecen haber desaparecido. La desesperanza ha sustituido la rebeldía. Donde se intentó crear “el hombre nuevo”, hoy solo queda desgaste, resignación y un futuro incierto. Cuba se apaga sin épica y sin testigos.
(Articulo completo en El País)
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