Hace casi exactamente siete años, el presidente Vladímir Putin se plantó junto a las tropas rusas en su base aérea de Siria y declaró con orgullo la victoria sobre los “terroristas” en ese país. La declaración se produjo dentro de la intervención militar que el Kremlin llevó a cabo para apuntalar al gobierno de Bashar Assad en medio de una guerra civil.
Sin embargo, este fin de semana esos logros, duramente ganados, parecían un recuerdo lejano. Assad huyó apresuradamente a Moscú mientras su poder se desmoronaba durante una ofensiva relámpago de los rebeldes que sus principales aliados internacionales, Rusia e Irán, no pudieron contener. El fracaso del Kremlin para prevenir la rápida caída de Assad ha expuesto los límites del poder de Rusia y ha dañado su influencia internacional en una etapa crucial de su guerra en Ucrania.
Esta alianza no se circunscribe a estos tiempos si tenemos en cuenta que la Unión Soviética fue un aliado del padre de Assad, Hafez Assad, quien gobernó el país durante casi 30 años, proporcionando asesores militares y ayuda.
Después de que una sublevación en 2011 contra el gobierno de Bashar Assad se transformara en una guerra civil, Rusia continuó siendo un respaldo clave para Damasco, ofreciendo apoyo político en las Naciones Unidas. Cuando el gobierno de Assad estuvo cerca del colapso tras una serie de derrotas en el campo de batalla en 2015, Rusia se unió a Irán para intervenir militarmente.
Rusia desplegó aviones de guerra en la base aérea de Hemeimeem en la provincia costera de Latakia de Siria, entregando miles de toneladas de equipo militar y suministros en una operación denominada “Syrian Express”. El 30 de septiembre de 2015, Moscú lanzó su campaña aérea: mantuvo unos 50 aviones de guerra en Hemeimeem, que operaban a un ritmo frenético; cada uno realizando varios vuelos diarios.
La mayoría del personal de la fuerza aérea rusa fue rotado a través de la base, dándoles experiencia en combate. Al mismo tiempo, Moscú expandió y mejoró su base naval en Tartus, el único puesto de este tipo fuera de la antigua URSS. Desplegó fuerzas de operaciones especiales para misiones críticas en tierra y envió cientos de asesores militares para entrenar a las tropas sirias y dirigir sus operaciones. Mercenarios del grupo militar contratista Wagner de Yevgeny Prigozhin también se unieron a la batalla.
La intervención militar permitió a Assad recuperar el control de la mayor parte de Siria, convirtiendo al Kremlin en un importante intermediario de poder en Oriente Medio y aumentando el prestigio de Rusia. La visita triunfal de Putin a Hemeimeem el 11 de diciembre de 2017, ocurrió una semana después de que Rusia declarara la victoria sobre el grupo Estado Islámico en Siria y poco después de que anunciara su candidatura para la reelección en 2018.
Fue la primera operación militar de Rusia desde el colapso de la URSS en 1991 y le dio a Moscú la oportunidad de probar sus armas más avanzadas en combate. Ese éxito militar envalentonó a Putin y fue un factor clave que contribuyó a su decisión de invadir Ucrania en 2022.
Después de ayudar a Assad a recuperar el control sobre la mayor parte de Siria, Rusia lo instó a participar en conversaciones con grupos de oposición moderados, a lo que Assad se resistió firmemente.
“Tratando de minimizar sus costos en Siria, Rusia se ha centrado cada vez más en mantener el inestable e ineficiente statu quo, preservando el régimen desmoronado y deslegitimado de Assad sin perspectivas”, dijo Ruslan Pukhov, un experto militar con sede en Moscú, en un análisis.
Assad mostró una intransigencia que allanó el camino para la ofensiva de los grupos de oposición respaldados por Turquía que, a la postre, expulsaron al dictador sirio.
Las dificultades económicas de Siria, exacerbadas por sanciones internacionales aislantes, debilitaron al país y a su ejército. El ejército sirio se desmoronó rápidamente bajo la fuerza de la ofensiva de la oposición, un rápido colapso que Teherán y Moscú no pudieron evitar con los pequeños contingentes que tenían en Siria.
Rusia dedicó la mayor parte de sus activos a la guerra en Ucrania, mientras que Irán, debilitado por sanciones internacionales y enfrascado en un tenso enfrentamiento con Israel, también carecía de recursos para ayudar a Assad.
Alexander Dugin, un ideólogo vinculado a algunos círculos belicistas del Kremlin, calificó la caída de Assad como un golpe doloroso para Rusia pues el futuro de las bases rusas en Siria, su único punto de apoyo militar fuera de la antigua Unión Soviética, está en cuestión.
El número de aviones de guerra rusos en la base aérea de Hemeimeem ha disminuido de varias docenas a solo unos pocos, aunque sigue siendo un punto logístico clave. Los aviones de carga militar rusos que transportan contratistas privados y suministros a África la utilizaban para repostar, y su pérdida plantearía problemas logísticos para las operaciones allí.
La base naval de Tartus es utilizada por los buques de guerra rusos para mantenimiento y reabastecimiento de suministros en sus desplazamientos al Mediterráneo. Mientras las fuerzas de oposición que eventualmente expulsaron a Assad barrieron Siria a finales de noviembre, la marina y la fuerza aérea rusas realizaron ejercicios en el Mediterráneo oriental, con Tartus como su centro operativo.
Incluso mientras Putin otorgaba asilo a Assad y su familia en Rusia, Moscú se acercó a las nuevas autoridades sirias para tratar de asegurar la seguridad de sus bases y extender su estancia. Una bandera de la oposición fue izada rápidamente en la Embajada de Siria en Moscú.
Cuando se le preguntó sobre las bases, el portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov, dijo que sería un tema para futuras discusiones con las nuevas autoridades.
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