Es la noche del 22 de octubre de 1962, y el presidente estadounidense John F. Kennedy comparece en televisión nacional con una expresión sombría en el rostro.
"Buenas noches, mis conciudadanos", comienza su alocución. Kennedy intenta mantener una voz pausada y serena, pero no consigue ocultar del todo la enorme preocupación que carga. Desde hacía pocos días el presidente de los Estados Unidos tenía conocimiento de que a solo 90 millas de distancia, soviéticos y cubanos habían instalado misiles nucleares apuntando a su territorio.
El peligro de una guerra atómica entre las mayores potencias de la era moderna parece inminente y Kennedy cree que ha llegado el momento de informar al pueblo estadounidense y al mundo de lo que se aproxima.
"Cualquier misil lanzado desde Cuba contra cualquier nación en el hemisferio occidental será considerado como un ataque de la Unión Soviética contra Estados Unidos, requiriendo una respuesta retaliatoria completa contra la Unión Soviética", advierte Kennedy.
La crisis de octubre de 1962, también conocida como Crisis de los misiles en Cuba, fue el momento mas peligroso de la Guerra Fría. Han pasado exactamente 60 años y el mundo convulso de hoy, donde una de las dos más grandes potencias nucleares (Rusia) está envuelta en un conflicto armado en Ucrania, mira hacia este acontecimiento histórico con curiosidad y espanto.
Tras la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos y la URSS, aliados victoriosos contra el fascismo, se enfrentaron en una lucha geopolítica por la dominancia global.
La rivalidad también conllevó una carrera armamentística atómica en la que EE.UU. llevaba ventaja. En 1962 ya EE.UU. había instalado misiles nucleares en Turquía con capacidad para impactar territorio soviético en pocos minutos en caso de confrontación.
Varios países quedaron involucrados en la pugna entre Washington y Moscú. Cuba fue uno de ellos.
Durante el verano de 1962, Moscú y La Habana comenzaron a instalar en secreto decenas de plataformas de lanzamiento de misiles traídos desde la URSS.
El "secreto" duró hasta el 14 de octubre. Ese día, un avión de reconocimiento estadounidense sobrevolando Cuba notó un paisaje distinto al habitual.
Entre las palmeras se ensamblaban plataformas de lanzamiento de misiles capaces de impactar Washington y otras ciudades estadounidenses y causar muerte y destrucción peores a las de Hiroshima y Nagasaki en 1945.
Más vuelos de reconocimiento confirmaron otras localizaciones de ensamblaje.
Durante una semana el mundo vivió prácticamente ajeno al peligro y a las negociaciones entre Washington-La Habana-Moscú de las que dependían millones de vidas.
El 24 de octubre se instaló el bloqueo naval para impedir la llegada de varios buques soviéticos que venían en camino. Durante los dos días siguientes, sin embargo, algunos barcos fueron retornados desde la línea de cuarentena.
El 26 de octubre, Kennedy dijo a sus consejeros que parecía que solo un ataque de Estados Unidos contra Cuba podría desmantelar los misiles, pero insistió en darle más tiempo a la vía diplomática.
La crisis parecía estancada cuando esa misma tarde se produjo una vuelta de tuerca.
El corresponsal de la cadena estadounidense ABC, John Scali, reportó a la Casa Blanca que un agente soviético le había deslizado la posibilidad de que los soviéticos retiraran los misiles de la isla caribeña si Estados Unidos prometía no invadir Cuba. Jrushchov envió una emotiva carta a Kennedy. Pero las esperanzas de apaciguamiento duraron poco.
Poco después Jrushchov establece una nueva serie de condiciones. Ahora también pide la retirada de los misiles que Estados Unidos mantenía en Turquía.
Mientras los funcionarios estadounidenses determinan cómo proceder, se produce el temido error de cálculo.
Un avión U-2 de reconocimiento estadounidense es derribado por misiles soviéticos en Cuba.
Altos cargos de la Casa Blanca recibieron instrucciones para ponerse a resguardo con sus familias en una zona secreta en Maryland para sobrevivir en caso de guerra nuclear. Nada parecía evitar el fatal conflicto nuclear.
En este panorama de máxima tensión intervino entonces el exembajador en la URSS Llewellyn Thompson, cuya larga experiencia negociando con comunistas le había dado la capacidad de anticipar con precisión los contradictorios movimientos de Jrushchov. Thompson recomienda acercarse a Jrushchov y prometerle no invadir Cuba a cambio de la retirada de los misiles. También comunicarle que retiraría los misiles de Turquía en secreto y sin hacerlo público como parte de la negociación.
El fiscal general Robert Kennedy luego se reunió en secreto con el embajador soviético en Estados Unidos, e indicó que Estados Unidos planeaba retirar los misiles Júpiter de Turquía de todos modos, y que lo haría pronto, pero que esto no podía ser parte de cualquier resolución pública de la crisis de los misiles. A la mañana siguiente, el 28 de octubre, Jrushchov declaró públicamente que los misiles soviéticos serían desmantelados y retirados en las próximas semanas.
La peor crisis de misiles nucleares de la historia acababa de terminar, y el secreto del acuerdo por los misiles de Turquía se mantuvo durante 25 años.
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